Es la primera vez que vivo los festejos de la independencia fuera de San José.
Llevo apenas poco más de un año desde que migré a Monteverde, la transición no ha sido fácil, y a veces es engañosa.
Eran las 10 de la noche del 13 de septiembre, un grupo de estudiantes y profesores de la Escuela Los Amigos (la escuela cuáquera), y la Escuela Creativa, bajaban a la Interamericana a recibir la antorcha de la independencia, un trayecto de más de 20 kilómetros, una pequeña maratón colectiva.
Había rumores que los manifestantes intentarían detener y robar la antorcha en Chomes.
Los colegios públicos habían anunciado que no se sumarían a los festejos, no correrían la antorcha y no desfilarían.
En Monteverde grupos de padres, estudiantes, organizaciones comunitarias asumían el peso de evitar un setiembre en blanco.
Doce horas después de la salida de los profesores y alumnos, la antorcha arribaba al centro de Monteverde.
Se trata de una comitiva compuesta por adolescente exhaustos, que son recibidos por niños ansiosos por tener un turno de portar la llama.
La antorcha sigue su trayecto sobre una calle nacional olvidada desde siempre por el gobierno central.
No puedo dejar de pensar que las disputas que dividen el país son desacuerdos entre burócratas, con efectos reales en las vidas de las personas, pero ininteligibles en el paso del día a día.
Pronto vendrán las lluvias de octubre, y esta carretera será un peligro latente que no nos dejará tiempo para preocuparnos por problemas retóricos.
Estamos en temporada baja, y han cancelado la mitad de los turistas que venían a la zona.
La antorcha finalmente cambia de manos.
Algunos chicos hablan en inglés entre sí. Son una muestra pluricultural, algunos son ticos hijos de extranjeros, otros son de familias de la zona, que han asumido el inglés como segunda lengua, y hay algunos niños extranjeros, que viven aquí temporalmente de forma indefinida.
Dos chicas de secundaria leen un discurso, “en septiembre celebramos aquellas cosas que nos definen como ticos, pero olvidamos que estas cosas son comunes a toda Centroamérica. Nos esforzamos más por separarnos que por sentirnos parte de una cultura común.”
En la noche voy al desfile de faroles
Extraño la época cuando se usaban candelas de verdad y no luces LED dentro de los faroles.
Sé que a la larga se evitan muchas lágrimas cuando los faroles no terminan su ciclo de vida en un suspiro de fuego, pero no evita que sienta algo de nostalgia por el parpadeo frágil de las llamas que luchan por no apagarse con el viento.
Esta por dar inicio el desfile.
El acto cívico cuenta con la presencia de nuestra campeona en Juegos Nacionales de los 1200 metros lisos.
No entiendo como esta chica pudo entrenar para ganar el oro, en Monteverde no existe ni siquiera una pista de atletismo.
Me gustan las llamas que no se apagan pese a todo
Entre la gente distingo una familia conocida, él es originario de la India, ella de Haití, aunque migró desde niña a los Estados Unidos.
La hija de ambos agita una bandera de Costa Rica mientras cabalga sobre los hombros de su padre.
En lo profundo de mi cabeza comienzan a tomar sentido todas las cosa que he visto en los últimos días.
Por alguna razón me he empezado a sentir ciudadano de esta montaña más que de cualquier otro lugar donde he vivido.
La patria no es el pedazo de mundo donde nos toco nacer por casualidad, es esa comunidad que construimos día a día, donde vivimos y compartimos.