Yo conducía un vehículo alto todoterreno.
A mi lado la abuela parecía relajada.
La carretera era recta, sin desvíos, una línea perfecta de asfalto cercado por árboles altos, formando una bóveda de ramas que se esforzaban por tocarse sobre nosotros.
Otro todoterreno, solo que descapotado, nos rebaso por la derecha. Por alguna razón yo conducía del lado izquierdo de la carretera.
En el descapotado viajaba un grupo de jóvenes, y por una de ese intuiciones que solo tienen sentido en los sueños, supe que el vehículo era conducido por mi hijo Luciano, unos veinte años mayor que en el momento de soñar esta visión.
Avanzamos en paralelo por varias decenas de metros, cuando finalmente nos dejaron atrás. Entonces la abuela anunció:
“Es la próxima salida a la derecha.”
Baje la velocidad y entre por un camino de lastre.
La vibración del vehículo no parecía afectar a la abuela, que miraba atenta a través de la ventana.
Desconocía las razones por las que me había tocado acompañarla en este viaje, que tenía todas las señales de ser el último.
El camino acabó en mitad de un bosque de árboles frondosos y espaciados entre ellos.
Había hojas secas sobre el suelo y una brisa leve.
El aire se sentía cálido, pero confortable.
Abrí la puerta del pasajero y ayudé a la abuela a bajar.
Por primera vez noté que llevaba una especie de pesado bastón de madera.
Me resultó extraño, en vida la abuela nunca uso bordón alguno, y el bastón recto, tenía más aire de báculo que de instrumento de apoyo.
Entre los árboles junto al camino, se internaba un sendero de tierra roja.
Caminamos acompañados en nuestros silencios.
Pensé en cosas que nunca dije a la abuela, pero que tampoco tenía ningún caso mencionarlas en ese momento.
El camino subía por una ladera suave, y entre los árboles rectos se podía ver una casa de madera negra.
Supe que era la casa de mis mayores.
La abuela se volteó y me miro fijamente. No medio palabra entre nosotros, pero supe que de ese punto no debía continuar.
Ese era el fin del camino para mí.
El sendero rojo es una ruta que todavía no puedo recorrer por completo.
Pensé en las risas de Luciano y sus amigos en el vehículo que nos había rebasado. Me dirigí a buscar el todoterreno para darles alcance en la carretera principal.
Miré por ultima vez a la abuela.
La vi alejarse hacia la casa oscura. Escuche un rumor de risas que venían del interior, donde la esperaban las memorias todos los que nos han antecedido.