Era la hora de dormir para Luciano.
Llevábamos algún rato tendidos en la cama sin que el cansancio venciera a ninguno de los dos.
Lu se daba vueltas en la cama, yo comenzaba a perder mi paciencia esperando el sueño que no llegaba.
Entonces Luciano dijo:
_Shhh. ¿Qué es eso?
_¿Qué cosa?
Silencio, el viento azotando la vegetación obstinada. El suspiro de los cuyeos, silencio.
_Eso que suena…
Insiste Luciano. Paso por el incomodo trance de aceptar que no entiendo a qué se refiere, no escucho nada.
_No lo sé vida, será el viento…
Un silencio de varios segundos. Luciano me mira buscando el entendimiento en lo profundidad de mis ojos. Abre mucho los suyos, y finalmente sentencia:
_No! La moon! Es la moon!
Debo aclarar que a sus tres años, Luciano se comunica en una especie de spanglish, que a veces solo resulta inteligible para sus padres.
La Luna, es la Luna la que suena allá arriba, girando sobre nuestras cabezas.
Parece inconcebible, cierro mis ojos y presto atención. Efectivamente, hay un ruido como de engranajes bien engrasados, imperceptible, un roce de terciopelo en el vacío. La maquinaria celeste girando sin interrupción.
La noche tranquila y sin nubes nos permite escuchar el milagro del lento desplazamiento de la esfera lunar.
Abrazados, nos dispusimos a escuchar.
Dormimos arrullados por el sonido de la Luna.