“¿Quiere decirme si usted considera viajar a eso de meterse dentro de un coche, sin otro campo de visión que el cristal de la ventanilla…”
Julio Verne, La casa de vapor, 1880.
No es lo mismo viajar que transportarse.
El tránsito es un invento reciente, nació con la industrialización y sus prácticas productivas que promueven el desarraigo.
Hasta hace muy poco en la historia humana, el desarrollo de los oficios estaba circunscrito al entorno inmediato, se trabajaba cerca de donde se vivía, y el desplazamiento era un acontecimiento importante.
Hoy vivimos el desplazamiento diario como norma, dedicamos varias horas al tránsito de nuestros hogares a los espacios de trabajo, y esta actividad artificial se ha entronizado en el centro de nuestras vidas.
Planificamos nuestro tiempo en función del tránsito, sintonizamos la radio para conocer su reporte, lo primero que aprendemos cuando nos mudamos de barrio es el horario del transporte público, nuestras vidas resultan difíciles de imaginar sin el ritmo de las mareas del tránsito urbano.
Resulta curioso que a la par de este movimiento continuo de humanidad, hayamos convertido el sueño de “viajar”, en la meta aspiracional del comienzos del siglo XXI.
Vivimos bombardeados de publicidad e “influencers” que nos repiten que “solo debemos arrepentirnos de los viajes que no hemos hecho”, como para recordarnos que por muchos kilómetros que hagamos todos los días, apenas nos estamos transportando.
En este contraste es donde radica la distopía, y en las ciudades de los países en desarrollo se observa como una herida abierta.
Gabriela Téllez en el ensayo fotográfico "La 30", hace un recorrido por una de las tantas rutas de transporte público en América Central, el resultado es un testimonio de nuestro fracaso al imaginar nuestras ciudades.

Manuel ( camisa verde) y Oscar (azul), quien ha sido chofer de bus por 31 años. Al  nal de la

jornada los choferes toman un pequeño descanso en la terminal para revisar sus teléfonos y

compartir con sus colegas.

Nuestro entorno nos resulta hostil, por eso no establecemos una relación con él, estamos en una situación de paso, preferimos mirar la ventana luminosa de los teléfonos antes de voltear al exterior.
Por eso los autobuses se decoran, para que nos resulten tolerables, un lugar habitable pese a todo.
Algunas veces la ilusión es tan convincente que el autobús nos parece una extensión de la residencia del chofer, después de todo: ¿No pasamos él y nosotros más horas habitando los autobuses que nuestras casas?

Retrato de Sergio Armero, uno de los choferes de la línea 30.

Cuando entramos al autobús estamos en un estado de transición, con nuestro pasaje tenemos la oportunidad de compartir el espacio vital con perfectos desconocidos, que olvidaremos en seguida, mientras continuamos nuestra ruta hasta el próximo abordaje.
Y aun así están lejos de ser burbujas aisladas de la identidad de las ciudades, la violencia y la enajenación también encuentran su lugar aquí.
Una de las imágenes de Téllez me resulta particularmente reveladora: el espacio vacío del autobús.
Un túnel oscuro, adornado con asientos que no tiene fin.
Un bucle cerrado dentro de una gran maquinaria que llamamos ciudad.
La realidad es que no vamos a ninguna parte.
JP Monge​​​​​​​
GABRIELA TÉLLEZ
Primero persona, después fotógrafa.
Dualista: La vida y el oficio me han puesto entre dos mundos, aquí y allá, siempre dividida en dos, híbrido de algo.
Mi formación fotográfica comenzó en los calores de Alajuela y terminó (por el momento) en el frío del Norte de Francia, con una maestría en Arte y Existencia.
Creo en los esfuerzos locales y realizados en conjunto, por eso soy miembro del Colectivo Nómada desde hace varios años.
La 30, ensayo fotográfico de Gabriella Tellez, segundo lugar de la categoría El Futuro de la Ciudades del Picture of Year, Latam 2019.
Fotografías realizadas en la ciudad de San Salvador, El Salvador.

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